martes, 23 de febrero de 2016

Un corazón para Ana ♡ Paula Guzmán

TÍTULO: "Un corazón para Ana"
AUTOR: Paula Guzmán
ISBN: 978-84-944515-7-7
GÉNERO: Romántica
PÁGINAS: 242
TAPA BLANDA
Ana es una mujer que vive al margen de los apegos amorosos, le han fallado muchas veces, y de la peor manera. Es una profesional independiente y tiene una vida tranquila, pero sin color. Afronta la vida y todas las situaciones que tiene que pasar con valentía y trata de sobreponerse levantándose una y otra vez.
Padres sobreprotectores, amigos incondicionales… pero nada es suficiente, Ana necesita, una ilusión. Ana cerró con candado su corazón, hasta que el impertinente y a la vez irresistible Andrés parece que la encuentra. Y así empieza una lucha de ambos por resistirse a lo evidente.
¿Tendrán, una mujer con el corazón roto y un hombre con el alma vacía, alguna oportunidad?
Una historia con situaciones tal reales como la vida misma, en donde detrás de la cotidianidad se esconden muchas emociones.


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miércoles, 17 de febrero de 2016

Maravilloso Error ❤ Jamie McGuire

  • Tapa blanda: 368 páginas
  • Editor: Suma De Letras; Edición: 001 (8 de octubre de 2015)
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 8483659379
  • ISBN-13: 978-8483659373
❣Tras el éxito de la trilogía Maravilloso desastre, un fenómeno de ventas en todo el mundo, llega Maravilloso error, la primera entrega de la serie superventas Los Hermanos Maddox❣
Cami es independiente y conoce de primera mano la crudeza de la vida: ya trabajaba antes de tener edad para conducir y vive en su propio apartamento casi desde que comenzó la universidad. Ahora, entre su empleo en el bar The Red Door y las clases, Cami apenas dispone de tiempo libre... hasta que un viaje para ver a su novio se cancela y se encuentra con su primer fin de semana libre desde hace un año.
Antes de salir del instituto, Trenton Maddox ya ligaba con universitarias. Sus amigos querían ser como él, las mujeres querían atraerlo. Pero cuando un trágico accidente dio un vuelco a su mundo, Trent se vio forzado a abandonar las clases para poder superar su terrible sentimiento de culpa. Dieciocho meses más tarde ha vuelto a vivir con su padre y trabaja a tiempo completo en un estudio de tatuajes. Su vida parece estar encauzándose... hasta que ve a Cami sentada sola a una mesa en The Red Door.
❣Cuando un chico Maddox se enamora, ama para siempre. Incluso aunque ello suponga un sinfín de maravillosos e inevitables desastres❣

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domingo, 14 de febrero de 2016

Exclusiva de San Valentín + Sorteo


PRIMER CAPÍTULO DE JUNTOS SOMOS INVENCIBLES

 

1
Neutron star collision
Salir del Madison Square Garden a estas horas después de un concierto, y encontrar un taxi, debería estar considerado como deporte olímpico. Ya no circulan autobuses y no me apetece caminar treinta calles hasta mi casa, pero reconozco que pueden pasar horas hasta que se obre el milagro de encontrar un taxi libre.
Cora me he dejado tirada por el tío de metro noventa y cinco y coleta que teníamos justo detrás. Se han pasado todo el concierto con miraditas, roces y tonteo a lo loco. No es la primera ver que me pasa esto con mi prima, así que salgo resignada (y muerta de envidia) del recinto.
Cora tiene esa facilidad, da asco. Como un tío se le ponga a tiro, ya no tiene escapatoria. Y como ella no suele dejar pasar la oportunidad de demostrarse que es la reina del mundo, pues se olvida de que no ha venido sola al concierto. En fin, la historia de mi vida. A ver ahora cómo consigo esquivar a esta panda de adolescentes y quedarme con uno de los primeros taxis que se atrevan a acercarse por aquí.
La cantidad de prepúberes que había en el concierto es alucinante. ¿Por qué, dios mío, tuvo que meter Muse una canción en todas las bandas sonoras de las doscientas partes de Crepúsculo? ¿Por qué tiene que volverme loca el mismo grupo que a todos los adolescentes de América? Argggggg.
La odisea para llegar aquí empezó ya hace meses, con el intento de lograr conseguir dos entradas y no dejarme el sueldo del año en el intento. A las dos horas de salir a la venta ya no quedaban localidades libres y el precio de reventa se disparó hasta la luna. Menos mal que mi hermano Kevin tiene una suerte loca (y unos contactos de lo más oscuro, todo hay que decirlo) y, sin saber muy bien cómo, se hizo con dos entradas en tiempo récord. Eso sí, previo pago de 235 dólares por cada una.
Creo que es mejor no optar por los taxis de esta zona, así que decido alejarme un poco del barullo que rodea el Madison Square Garden, bajando por la Octava Avenida en dirección a mi casa. Vivo en Bleecker Street, en un apartamento genial que conseguí gracias a mi amiga Martina, que me recomendó antes de que ella lo dejara para irse de la ciudad. Yo no me puedo permitir los precios del Greenwich Village, por eso comparto el piso con otra persona, una misteriosa presencia llamada Diana.
A dos calles del recinto del concierto ya se respira mejor. Hay gente que ha tenido la misma idea que yo, pero nada comparado con la pesadilla de los aledaños del Madison… veo varias parejas y algún grupo a la caza de los escasísimos taxis que pasan. Hay a quien le sonríe la fortuna y consiguen hacerse con alguno de los pocos que pasa cerca y, además, va libre.
En un momento dado, estoy casi a punto de quedarme con uno, pero un intimidante tipo con aspecto de fumador de crack con mono de su dosis diaria y cara de querer matarme, me hace desistir de quedarme con el vehículo, y se lo cedo con cara de no haber roto un plato cuando se acerca a mí tambaleante.
El tiempo pasa y mi esperanza cada vez es menor. Mientras espero por un milagro, compruebo los correos electrónicos que me han llegado. Esto es lo que tiene convertirse en empresaria, que estás pendiente del teléfono a todas horas.
Hace dos meses que me volví loca por completo y dejé mi trabajo de toda la vida en Coleman and Asociated Publishing para montar mi propia empresa. Siempre se me ha dado bien la programación y sentía que podía dar mucho más de mí que trabajando en el departamento de sistemas de una conocida editorial. Mi hermano pequeño y su amigo armenio me convencieron para que me uniera a ellos en su disparatada idea de montar una pequeña empresa informática y yo, que fui pillada en uno de esos días en los que estaba dispuesta a escuchar cualquier cosa por ridícula que fuera y, más aún, darle la posibilidad de pensar en ella con interés, me vi, de la noche a la mañana, pidiendo mi finiquito en Coleman and Asociated Publishing e invirtiendo mis ahorros en la descabellada empresa de mi hermano y el friki de Narek, que solo tienen 18 años.
Y aquí estoy yo, haciendo de comercial, programadora, señora de la limpieza y, muchas más veces de las que me gustaría, niñera de dos chavales con muchos pájaros en la cabeza.
Sí, todo lo que me pase en mi vida laboral de ahora en adelante me lo habré merecido con creces por abandonar un puesto estable y seguro, rodeada de gente agradable y mis amigas del alma, por un destartalado almacén en la Décima, con tres ordenadores y una mesa de reuniones que se cae a cachos.
Además de dos correos sin leer de posibles clientes que me citan para la semana siguiente, veo que tengo tres llamadas perdidas de mi madre. ¿Tres llamadas? A estas horas no puede significar nada bueno. No sé si asustarme y devolverle las llamadas o asustarme y no querer saber de qué va la cosa.
Desconsolada, muerta de frío y ya con la idea de caminar las treinta calles hasta mi casa, veo que un taxi aparcado a mi derecha acaba de arrancar. Corro como si la vida me fuera en ello y me lanzo de cabeza a su interior, sin importarme nada.
¡Sí, señores! ¡Touchdown!, nadie me va a quitar este taxi como que me llamo Miriam Alexandra Blake.
—Perdone, señorita, pero no estoy de servicio —una voz enfadada y con acento irlandés sale del asiento del conductor.
¿QUÉ? ¡No! No, ni de coña, vamos. De aquí no me bajan ni los antidisturbios. No voy a conseguir otro taxi y estoy agotada. El concierto me ha dejado sin fuerzas para nada y sólo quiero llegar a casa, quitarme la ropa y dormir trece o catorce horas.
—Por favor… —intento la táctica de dar pena.
—Lo siento, ahora mismo está usted dentro de un coche particular. Bájese, por favor.
No puede ser… el único taxi que se vislumbra en varias manzanas a la redonda, y que no está siendo rodeado con fervor por hordas de adolescentes desquiciados, y tiene que pasarme esto.
A través del cristal que separa la parte delantera del vehículo y la trasera, intento que el conductor me mire para seguir con mi plan de darle pena… se me da fenomenal poner ojitos y hacer pucheros… con mi padre siempre funciona.
—Por favor, por favor, por favor… necesito llegar a mi casa. No me tengo en pie y los taxis hoy están más demandados que nunca… tenga compasión.
El taxista ni siquiera se gira, está mirando algo en su teléfono móvil, pero se ve que va perdiendo la paciencia poco a poco.
—¿No me he explicado bien? —dice con más cabreo aún en la voz, girándose por fin— Esto no es un taxi porque no estoy de servicio.
 —Un taxista dentro de su propio taxi siempre debería estar de servicio.
Su rostro pasa del enfado a la ira total en un par de segundos. Sí, me he pasado con el comentario, así soy yo. Me cuesta mucho tomar decisiones, pero una vez que las tomo, nadie me baja del carro (o del taxi, en este caso). Entre la penumbra puedo distinguir que no es mayor, rondará los treinta y pocos, y que sería guapo si no fuera por ese rictus de amargura que le tiñe el rostro por culpa de mi obcecación a bajarme de su coche.
—Lo siento, de verdad… no quería decir que tuvieras la obligación de ser taxista las 24 horas… pero necesito, por favor, que me lleves. Mira qué hora es…
—Mi turno empieza a las seis de la mañana y apenas me quedan un puñado de horas para dormir. No estoy para jueguecitos. Bájese de una vez —me pide rascándose la cabeza por debajo del gorro de lana que la cubre.
—Te pagaré. Súmale diez dólares a la carrera ¡o quince! —hala, a lo loco.
Me mira un instante largo en el que sopesa mi grado de locura. Sé que le estoy haciendo una faena gorda, que el hombre tendrá una casa, una familia, una vida y que yo le estoy retrasando de ir a cumplir con esa familia y esa vida. Pero… ¿por qué no me entiende él a mí? No soy capaz de bajarme del coche, como si bajarme significara perder mis derechos sobre él, como si hubiera participado en la carrera de Oklahoma y claudicar significara perder mis tierras de labranza.
—Vivo en Bleecker… a estas horas no hay tráfico, no tardarás ni diez minutos… —le digo suplicando. Sí, ya estoy en ese momento, ya he empezado a perder mi dignidad. Sólo me falta ponerme de rodillas para rematarme.
—No estoy de humor, de verdad…
—Lo sé, se te ve a disgusto. Yo también lo estaría si una loca se hubiera colado en mi taxi y me estuviera haciendo chantaje emocional para que la llevara… pero es que, de verdad, eres mi única esperanza. Mi prima me ha dejado tirada por un macizorro en medio del concierto y yo… yo no quiero volver sola a casa andando. Es tarde, estoy cansada y no creo que sea seguro ir caminando… por favor…
Refunfuña un poco más pero creo que con mi último alegato lo he convencido. Habla como para sí mismo, como si se debatiera entre ayudarme o echarme de su taxi de una patada.
—Perdona ¿has dicho algo? —soy de natural cotilla, no puedo evitarlo.
Me vuelve a mirar incrédulo, como si no lograra entender por qué no desaparezco de su vista de una vez.
—Sí, decía que los del concierto no hacéis más que crear problemas. Mira dónde he tenido que aparcar por culpa de esos niñatos que lo han invadido todo desde media tarde…
Vaya, no le gusta la música. O no le gusta Muse. O no le gusta la gente, así, en general.
—Verás, el concierto ha estado genial… si que es cierto que genera ciertas molestias, pero ha sido una pasada.
—Una grupie, lo que me faltaba. Por vuestra culpa se está perdiendo la esencia de tantas cosas… este antes era un grupo respetable, ahora sólo congrega a chavalas locas por los vampiros y críos que ni entienden de música ni nada. Sólo vienen porque el grupo es 'guay' y 'mola'.
Pues pensamos casi igual, pero cualquiera le saca de su error. Está que echa humo… creo que, ahora sí, me va a sacar a patadas del asiento trasero de su coche.
—Mira… yo creo que tienes razón… menuda panda de…
Mi móvil se pone a sonar sobresaltándonos. Vaya, ahora que casi lo tenía convencido… miro la pantalla y veo que es mi madre. Su cuarta llamada y todas pasada la medianoche. Espero que no haya ocurrido nada grave mientras estaba desgañitándome con las guitarras de mi grupo favorito.
—Perdona… tengo que coger esto. Parece importante —le digo dejándole con cara de circunstancias.
Me acomodo en el asiento de atrás y le doy a responder la llamada. Si este señor quiere irse a su casa, tendrá que llevarme con él, porque aunque tenga una llamada que atender, mi necesidad de un taxi no ha desaparecido.
—¡Mamá! ¿Ha pasado algo? Es muy tarde…
—¡Hija!, por fin te localizo… hay que ver cómo me has tenido toda la noche…
—Estaba en el concierto, con Cora… ya te lo dije. ¿Ha pasado algo?
—Ya sé que estabais en el concierto, pero mira qué horas de salir son estas… con la de cosas que tengo que contarte.
¿Contarme cosas? ¿Casi a la una de la madrugada mi madre quiere tener una charla casual? En circunstancias normales la mandaría al cuerno (con sutileza, que no deja de ser mi madre) pero ahora mismo me viene muy bien que me tenga al teléfono, para alargar más mi toma del taxi y, así, convencer a este señor para que me lleve a mi casa.
—Dime… mamá… cuéntame…
Sé que mi madre ahora se habrá puesto alerta. Seguro que estaba esperando una bordería de mi parte y, sin embargo, la invito a que se explaye y me cuente las tonterías que, seguro, tiene pensado contarme a estas horas de la noche.
—¿Va todo bien, cariño? —Pregunta inquieta.
—Señorita… de verdad… —sigue insistiendo el taxista.
—¿Qué ha sido eso? ¿Estás acompañada?
—No, mamá, de verdad que estoy bien. Dime lo que quieras… estoy en el taxi de camino a casa. No veas cómo estaba para coger uno, pero he logrado dar con uno con un conductor simpatiquísimo. ¿Te imaginas lo que sería caminar yo sola a estas horas hasta mi casa?
¡Touché! El conductor, huraño y aún refunfuñando por lo bajo, pone en marcha el vehículo. ¡Creo que lo he logrado!
—Recuerde, Bleecker Street, el número 87. Gracias —digo poniendo voz de persona super educada y agradable, para, a continuación, bajarla casi al nivel del susurro para volver con mi madre— Mamá… ¿qué coño quieres a estas horas?
—Hija… ¡qué voluble eres! —se queja, pero, enseguida, va a su rollo, que no se va a quedar con las ganas de contarme aquello por lo que ha decidido llamarme sin importarle la hora que marcara el reloj— Solo quería saber si vendrás mañana a comer.
¿Qué? ¿En serio?
—Mamá, no me he perdido ni una comida en tu casa en domingo desde que nací… ¿qué estás tramando?
—¡Nada! ¿Por quién me tomas?
—Te tomo por la mayor lianta del estado de Nueva York.
No bromeo, mi madre es de libro Guinness de los Récords en idear estratagemas para liar a la gente a su alrededor. No sé qué puede estar tramando a estas horas, pero no puede ser nada bueno. Supongo que tiene que ver con emparejarme con alguno que le haya entrado por el ojo esta semana. Es su deporte favorito. Suspiro y me hago a la idea de que, hasta que no se lo saque todo, no me dejará tranquila.
—Solo me preocupo por ti, ya lo sabes. Quiero que vengas y que disfrutes de una buena comida de domingo. Además, vendrán los Connor a tomar café.
—¿Los Connor? Pensaba que no te hablabas con Lucinda.
—Ahora sí nos hablamos —afirma con satisfacción en la voz —¿Sabes que Tessa se está divorciando?
—Mamá…
—¿Qué? Si tengo que volver a soportar a la horrible Lucinda Connor por saber de primera mano cómo va el divorcio de su hija con el cirujano, pues hago de tripas corazón, y me sacrifico. Además, creí que te interesaría, Tessa siempre ha sido tu gran némesis, y después de ganarte por goleada con la boda del siglo… ahora puedes regodearte en su desgracia.
—Mamá, ¿por qué iba a regodearme en la desgracia de Tessa Connor? Hace años que ni siquiera pienso en ella.
Bueno, igual no es del todo cierto y un poquito sí que pienso en ella a veces y, sí, también creo que me regodearé un poquito en su matrimonio fallido con el súper cirujano con ático en la Quinta Avenida y casa de veraneo en los Hamptons.
Tessa Connor fue mi mejor amiga desde el Jardín de Infancia. Inseparables para todo, no había cosa que no hiciéramos juntas. Nuestros primeros años pasaron ajenos a la creciente rivalidad de nuestras madres que, entonces, no sabíamos que nos utilizaban para quedar una por encima de la otra continuamente.
Hasta los quince años, Tessa y yo pasamos de puntillas por las tonterías que mantenían a su madre y a la mía enfrascadas en disputas absurdas. Hasta que, una día, apareció él. André Friedman, un estudiante húngaro de intercambio que nos separó irremediablemente y nos convirtió en archienemigas y rivales, como ya lo eran nuestras madres.
Yo vi primero a André y de verdad que quedé hipnotizada por sus ojos gitanos y ese porte chulesco que no se veía mucho por el instituto de Staten Island en el que estudiábamos. Fue amor a primera vista y hasta me olvidé del único que había ocupado mis pensamientos hasta la fecha: Jeremy Connor, el hermano mayor de Tessa.
Corrí a decírselo a mi mejor amiga que, quince minutos después, se estaba haciendo amiga suya para presentármelo y mover ficha con el húngaro.
No podía estar más agradecida a mi amiga del alma. Al menos hasta que, dos días después, les pillé besándose detrás de las gradas del campo de fútbol del colegio.
La devastación interior fue tal que juré aborrecerla por siempre jamás. Lo peor es que perdí también mi oportunidad con André, y borré de un plumazo la posibilidad de ver a diario a Jeremy en su propia casa, cuando iba con Tessa a hacer los deberes o, en los días de calor, a tomar una limonada junto a la piscina.
Jeremy Connor. Mi gran amor de adolescencia. Madre mía, lo que ha llovido desde que me dormía soñando mil vidas perfectas a su lado, soñando con sus labios en los míos. Soñando que se fijaba en mí. Y se fijó… se fijó en su último año de instituto. Qué recuerdos.
—Mamá, en serio. ¿Para esto me has llamado? Podías haberme pillado dormida.
—Sabía que estabas en el concierto con tu prima. Además, tengo más cosas que contarte.
—Sorpréndeme.
—He estado leyendo en Internet un artículo interesantísimo —me dice con el entusiasmo de una niña en la voz—. Se trata de una agencia absolutamente maravillosa  que organiza multitud de eventos para solteros como cruceros o citas rápidas de esas que en una noche charlas y conoces a diez hombres diferentes… ¡Diez! Entre diez alguno podría ser el adecuado, cariño.
—¡Mamá!
—¿Qué? —pregunta con inocencia, como si no entendiera que no saltara de emoción al conocer sus fantásticas novedades.
Mi madre es demasiado prototípica, lo sé, pero no puedo cambiarla por otra, así que solo te queda acostumbrarte a sus excentricidades, a que se meta en tu vida privada a todas horas, a que dedique su tiempo libre a buscarte novio y a criticar todo lo que haces y no se ajusta a sus estándares morales.
—No necesito que me ayudes a encontrar novio —le espeto subiendo la voz y haciendo que mi huraño taxista mire por el espejo retrovisor en mi dirección.
—Claro que no, mi vida, tú eres una persona estupenda y, además, preciosa. No necesitas mi ayuda, pero no está de más que te quedes con alguna de las sugerencias que te hago de vez en cuando… verás, sé de lo que hablo.
—No, mamá, no tienes ni idea de lo que hablas. No sabes nada porque ni siquiera sabes si quiero un novio ahora mismo.
Se queda muda por un momento. No se esperaba eso y se ha quedado absolutamente descolocada. Me regodeo en ese sentimiento y lo disfruto, por poco que dure.
—¿Quién no querría un novio, hija? O una novia, que me da igual… si encontraras a alguien como Judy… pues yo encantada.
—Mamá, yo no quiero una Judy en mi vida.
—Claro que no, hija. El homosexual es tu hermano.
—¡Mamá! ¡Kevin no es homosexual! Deja el tema en paz que un día se va a cabrear y vais acabar mal.
—A tu hermano le he pasado yo el gen, que se lo noto. Sí, igual él aún no se ha dado cuenta, pero estoy segura de que algún día nos traerá a casa un chico estupendo.
No se puede tener una conversación normal con mi madre. Lo he intentado muchas veces y siempre te sale con una de estas cosas absurdas que se le meten en la cabeza, donde se convierten en verdades oficiales. La última  es que mi hermano Kevin es gay. No le he visto ni una sola señal, sale con chicas, es un apasionado de los deportes brutos y nunca le he visto hacer un comentario halagador hacia ningún otro hombre. Pero mi madre, que sí es homosexual, dice que el gen es el gen y que una madre sabe cuando lo pasa.
—Vale, mamá, lo que tú digas. Te tengo que dejar que estoy llegando a casa.
—Espera, Miriam. Quería decirte, antes de que me liaras con esa bobada de no que no sé si buscas novio, que te he apuntado a una noche de citas rápidas el jueves que viene.
—¡¿Qué?! —no puede estar hablando en serio.
—Sí, ya verás qué divertido. Os he creado un perfil precioso a Cora y a ti en www.quickdates.com y os he apuntado para el  jueves. Lo vais a pasar genial, ya verás…
¿Por qué, señor, por qué me ha tocado en suerte una madre que no tiene suficiente con su trabajo de juez, su novia Judy, su ex marido acomodado en el apartamento sobre el garaje y sus tres hijos con vidas independientes y que no necesitan de su intervención para complicarse, aún más, la existencia?
—Mamá, no pienso ir…
—Claro que sí, ya he pagado y no puedes hacerme perder todo el dinero que he adelantado. Ya me lo agradecerás mañana.
Y, sin más, me cuelga. Sin dejarme rebatirle la absurda idea de meterme en un bar lleno de hombres desesperados por pillar por banda a una pardilla y llevársela a la cama.
Llena de frustración, lanzo el móvil a mi lado, en el asiento de atrás del taxi y dejo escapar un sonoro suspiro que es imposible que pase desapercibido para mi descontento chófer.
—No lance objetos con tanta fuerza, la tapicería no se mantiene así si atentamos contra ella con saña.
¿En serio? Tengo una suerte loca con este taxista… menos mal que estamos llegando a mi casa y no tendré que verlo nunca más.
Me llevo las manos a la cabeza para intentar quitarme de la mente las tonterías que llevo escuchando en los últimos diez minutos y cierro los ojos, recostada sobre el respaldo de mi asiento, para ver si todo esto se pasa rápido y puedo llegar a mi casa y olvidarme de mi madre, del taxista, de la traidora de mi prima Cora y de los millones de adolescentes que llenaban el recinto del concierto y que no han parado de hacerse selfies a mi alrededor, molestando con sus niñerías.
Poco antes de enfilar mi calle, el taxista pone la radio (preferiría que subiera la calefacción, que hace un frío que pela) y suena, casualmente Nuetron Star Collision de Muse.
Sonrío en mi sitio. Siempre me hace sentir bien la música y más si es una canción que me pone de tan buen humor. Es muy adecuada, además, porque con este hombre no he hecho más que colisionar… que los dioses me perdonen, pero sé que le he hecho una buena faena. Empiezo a construir una buena disculpa en mi mente cuando el taxi se para frente a mi edificio.
—Hemos llegado —anuncia girándose hacia mí.
—Muchas gracias. ¿Qué te doy?
—Nada. No estoy de servicio, ya se lo he dicho.
—¿Qué? No, no, no…
No puede hacerme esto. Bastante mal me siento por haberle robado minutos de sueño, como para que ahora no me deje compensarlo con una buena propina que añadir al coste de la carrera. No. Me niego.
—Por favor, señorita, baje del coche. Tengo ganas de perderla de vista de una vez. Ya tiene lo que quería. Ya no corre peligro por las calles de Manhattan —dice con la voz realmente cansada, como si de verdad necesitara dejar de verme para siempre.
¿Qué hago? ¿Qué es lo correcto? ¿Lo dejo en paz y permito se que se marche sin pagarle o insisto para que acepte una cantidad y me ayude así a limpiar mi mala conciencia por haberle molestado? Tengo que intentar, al menos, que me escuche.
—De verdad que siento las molestias. Debes dejarme pagar. Es lo justo.
—No me fastidies más, por favor —dice tuteándome por primera vez— ¿Es que me vas a llevar la contraria en todo lo que te diga? ¡Eres un auténtico grano en el culo! ¿Y sabes por qué te puedo decir eso? Porque no eres mi cliente y porque espero, de verdad que sí, que nunca lo seas.
Me quedo muda de asombro. ¡Me ha insultado! Yo solo quiero compensarle la molestia y él ha sido rudo y desconsiderado. Ahora sí que me cabreo y no tiene nada que ver con el ligero enfado que mi madre me ha provocado minutos atrás.
—Eres un grosero y un borde. Yo sólo quiero compensarte por haberme traído y eso sólo lo puedo hacer pagándote el viaje, que es lo más justo. Eso sí, no esperes que te dé propina después de un comportamiento tan poco profesional.
—¡Lo que me faltaba! ¿Yo un desagradable? ¿Quién te ha traído hasta la misma puerta de tu casa? —se apea del coche y abre la puerta de atrás, invitándome a salir —Venga, no tengo toda la noche. No me obligues a sacarte por la fuerza.
Barajo la posibilidad de hacerme fuerte en el asiento trasero de su taxi, pero este hombre es capaz de sacarme a rastras tal como amenaza y no son horas de armar un escándalo.
Bajo despacio, sin quitarle los ojos de encima, con mi mirada más pétrea y digna. No pienso dejar que piense que me ha intimidado con sus amenazas de troglodita. Él frunce aún más el ceño al ver que no me doy mucha prisa en hacerle caso, que me tomo mi tiempo en salir. Sus ojos comienzan a echar chispas y sus labios se fruncen en un rictus de fastidio absoluto.
—No tengo toda la noche.
—Yo tampoco. Dime qué te debo.
—Venga, no seas pesada —dice cerrando la puerta cuando ya me he bajado.
—Mira, tengo veintisiete dólares sueltos —le tiendo el dinero tras rebuscarlo en mi cartera.
Mira mi mano, extendida delante de él, sujetando un puñado de billetes arrugados, y luego me mira a mí. Creo que, definitivamente, cree que estoy como una regadera. Y, probablemente, no le falte algo de razón.
Me fijo en él, por primera vez con detenimiento, es más alto que yo, delgado, con ojos enormes y azules y unos labios muy bonitos. Tiene la nariz clásica y recta y, aunque no le puedo ver todo el pelo, porque lo lleva bajo un gorro de lana, se le intuye castaño y no muy largo.
Es un chico atractivo, aunque lo sería más si sonriera, estoy segura. Esa expresión ceñuda y el morro arrugado no le benefician en absoluto.
—¡Cógelo! —insisto.
—Eres una cabezota.
—Tú tampoco estás dando tu brazo a torcer. Venga, por el esfuerzo y por aguantar a la loca que se ha colado en tu taxi. No tienes pinta de ser mala persona y sé que te he causado molestias. Que estés de mal humor ahora mismo no creo que te defina, y seguro que eres de lo más agradable. Nunca llegaré a comprobarlo, pero al menos sé que pagué lo que te debía por una carrera de taxi. ¡Cógelo!
Se queda alucinado y no sabe qué hace a continuación. Se le ve orgulloso, y coger el dinero sería reconocer que le he ganado, que me he salido dos veces con la mía. Pero también creo que es caballeroso, y sería dejarme muy mal si se larga, sin más.
Me toma la mano, la abre y toma un billete de un dólar. Se lo mete en el bolsillo y se va hacia el taxi.
Yo me quedo paralizada… eso no me lo esperaba. Ha decidido dejar la batalla en tablas. Ha escogido la opción más honorable, la que le hace sentirme bien sin adjudicarme toda la victoria.
Sin moverme un ápice, le oigo como abre la puerta del vehículo y se mete dentro.
—Espero no tener que volver a verte en la vida, rubia.
Y diciendo esto, arranca y se va en la solitaria noche de Manhattan.


Y vamos con el SORTEO DE SAN VALENTÍN:
Se sortea un ejemplar en papel de El mundo,contigo de Joana Arteaga y un ejemplar en papel de Mágicamente,tú de Marie Delacroix, ambos dedicados y con un marcapáginas de regalo. 

Para participar tenéis que:
1/ Seguir al blog y dejar un comentario en esta entrada diciendo que participais.
2/Dar me gusta a la página de autora de Joana Arteaga en facebook: https://www.facebook.com/joanarteagautora/?fref=ts
3/Dar me gusta a la página de autora de Marie Delacroix en facebook: https://www.facebook.com/autoramariedelacroix/?fref=ts
El sorteo es nacional y se realizará el 14 de Marzo de 2016.
Muchas gracias por vuestra participación.




     
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Reseña LC San Valentín. No me prives de tu piel- Patricia Geller

Fecha de publicación: 07/01/2016
448 páginas
Idioma: Español 
ISBN: 978-84-08-14792-3 
Colección: ROMÁNTICA ERÓTICA
Eva se siente vacía y necesita olvidar. Su monótona vida no le depara demasiadas emociones, por lo que decide acudir a un club privado y mantener relaciones a oscuras con un hombre al que no puede ponerle rostro. 
Ella sabe que es un juego peligroso y que esos extraños encuentros tienen fecha de caducidad. Cuando sus caminos vuelven a encontrarse, Leonardo Ferrer le oculta su identidad, dispuesto a enmendar los errores de un pasado en común que Eva desconoce. Sin embargo, ella ya no es la de antes, ahora es fría? y en su relación sólo hay sitio para la tortura que suponen las inseguridades por los secretos de ambos.
 Eva se ha convertido en una obsesión para Leo, y aunque entre ellos nunca antes existió amor, ahora empiezan a emerger sentimientos parecidos? ¿Será capaz de asumir que Eva no le pertenece y que él no es el único en su vida? Un intenso y desgarrador romance donde el pasado de Leo y el presente de Eva se cruzan y ponen fin al estado de ofuscación emocional de una pareja que, sin pretenderlo, se convirtieron en esclavos de su piel.


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